La motivación de un torero no es el dinero, pero recibir lo justo por jugarse la vida y llevar gente a la plaza como ningún otro requiere una merecida retribución económica y aún más.
(Por: Pablo Gómez Debarbieri)
Hace unas semanas, Andrés Roca Rey disolvió la relación con sus apoderados, José A. Campuzano y Ramón Valencia. Ambos habilidosos taurinos con gran don de gentes. Campuzano lo formó magníficamente, gracias a las soberbias y poco comunes condiciones taurinas de Andrés, bajo un generoso estipendio financiado mensualmente por Guzmán Aguirre, espléndido mecenas del espada peruano. A ello se sumó el aporte de otros altruistas aficionados limeños que vislumbraron su enorme potencial. Valencia, empresario de la Maestranza, consolidó su carrera ascendente. Sin embargo, Andrés no recibía todo lo que merecía siendo el más taquillero del momento. La motivación de un torero no es el dinero, pero recibir lo justo por jugarse la vida y llevar gente a la plaza como ningún otro requiere una merecida retribución económica y aún más.