He aquí mi modesto aporte. Hay varios desfases que presentan un óbice para el futuro de la fiesta y de quienes deseen o se vean en la necesidad de organizarla: el perfil de los matadores, las características de los toros, las autoridades (Juez de Plaza y Jurado de Trofeos) y su profesionalismo.
(Texto: Mons. Ricardo Coronado Arrascue / Foto: Perú Toros)
La celebración de las bodas de oro de la Plaza de Toros chotana había llenado de expectación a sus numerosos aficionados. Los ojos de gran parte del mundo taurino nacional -y en alguna medida internacional- estaban puestos en este anunciado evento. Hay que reconocer los logros, los desvelos y sacrificios de quienes tomaron honesta participación en los preparativos. No es nada fácil, ni tarea insignificante, ni responsabilidad desdeñable una tarea de estas dimensiones. La organización, comprometer, contratar, establecer la logística, etc. es una tarea espantosa. Por tanto: ¡muchas gracias por todo eso! Gracias también por haberme salvado de la quema por el sabor acerbo que se iba gestando en el discurrir ferial. ¿Por qué ocurrió todo esto?...
He aquí mi modesto aporte. Hay varios desfases que presentan un óbice para el futuro de la fiesta y de quienes deseen o se vean en la necesidad de organizarla: el perfil de los matadores, las características de los toros, las autoridades (Juez de Plaza y Jurado de Trofeos) y su profesionalismo.
En primer lugar, y con la mayor honestidad, la plaza de Chota está muy lejos de ser una plaza de primera categoría, por más que nos llenemos la boca diciéndolo. Quizá sea de tercera por el comportamiento de los diversos elementos de la fiesta. Veámoslo. Los toreros que se han contratado últimamente, y en especial para esta última feria, no son de la preferencia de la mayoría de los asistentes a las corridas. Es innegable que los diestros que se mantienen en lo más elevado del escalafón taurino, han conseguido ese sitial a fuerza de conquistar a las aficiones y autoridades más exigentes del mundo. Estas aficiones y autoridades aprecian el toreo profundo, con series de pases ligados, series estructuradas y variadas de muletazos, la plasticidad estética de varias formas de capotazos, con un toro dosificadamente picado, etc. Esas aficiones no son impresionables con desplantes, alardes chuscos de valentía –como tocar los cuernos del burel, arrodillarse delante de él, abrirse la chaquetilla, pedir música o peor aún elegir el tipo de música acorde con su estrategia poco torera, etc.–. Pero el público chotano en general no aprecia lo primero y gusta de lo segundo, por los menos un grueso de sus asistentes, que no aficionados. Entonces ¿por qué se contratan a esos toreros? Con perdón: por simple vanidad. Por el gusto abstruso de decir que ha contratado al mejor del mundo. Es como contratar a Plácido Domingo y esperar un concierto de música chicha. Un absurdo muy caro. Se contrata a toreros de primera categoría y se les exige un comportamiento de una categoría muy pobre artísticamente. Además de ser sus emolumentos astronómicos, imponen sus condiciones en muchos rubros, y al final la insatisfacción es grande, tal como lo hemos palpado.
Otro gran desfase son las características de los toros: en muchas partes se ha metido la mala idea de que el toro, cuando aparece por la puerta de toriles, debe ser un toro enorme, gordo, lleno de kilos y gigantón. Mala cosa para la tauromaquia es esa en cualquier lugar. El toro debe estar bien presentado y fuerte y de acuerdo al fenotipo de su ganadería. ¿Cómo esperar que un toro llegue con fuerza al último tercio si tiene sobrepeso? ¿Es posible esperar que un sujeto gordo y con sobrepeso gane una carrera de atletismo? El toro debe ser también atlético y proporcionado, si se desea faena de calidad además de la impresión de su salida. Pero hay otros factores: los toros que vienen de la costa se debilitan con el viaje, tardan en empezar a comer saludablemente, a veces hasta el agua es rechazada por su sabor y no beben. Hace falta un buen tiempo para su recuperación y puesta en forma. Pero también el piso de la plaza es muy importante: debe ser un suelo compacto. La arena, si es que la hay debe ser muy superficial. Los toros que humillan y empujan, si hunden las manos en el piso, caen necesariamente. Es una pena ver que un burel bello y con trapío pierde tanto peso en los días o semanas en los chiqueros. ¿Habría que pensar en traerlos con más tiempo, quizá meses a un lugar distinto de los chiqueros de la plaza? A grandes males, grandes remedios. Pero también hay que atender a lo que nuestra afición o a nuestros espectadores desean: ¿se entiende que el toro de lidia debe infundir pavor en el torero? ¿Debe ser un animal fiero en lugar de un toro bravo? ¿Debe ser un toro que lleve la cabeza levantada desafiante de principio a fin o un toro que coge los engaños desde abajo y tiene ritmo y galope en sus embestidas? ¿Deseamos un toro que dé sustos o arte, peligro o estética? Creo que son temas para pensar y oír. Lo que se pide en la plaza y se desea premiar o castigar es muy confuso y produce un desfase entre los que califican profesionalmente y los que observan con una expectativa menos sofisticada. Lo cierto es que en la feria hubo algunos pocos toros notables, algunos difíciles, y una “mansada”. Allí queda eso para el recuerdo o para el olvido.
Otro aspecto a considerar en serio son las autoridades de la plaza: sobre todo el juez de lidia y el jurado de trofeos. Es muy obvio que el juez de lidia de este año, don Fernando Linares, es un magnífico aficionado, defensor de la fiesta, un implacable crítico cuando las cosas no se hacen con arreglo a las normas, y poseedor de muchas cualidades de humanas y taurinas. No obstante su quehacer no fue apreciado. El simple hecho de haber estado sentado en el palco es para compadecerlo. Es como estar sentado en un brasero. Deseaba que la lidia discurriera como en una plaza de primerísima categoría. Quiso poner rigor en el premio de la música. Los toreros mal aconsejados y mal acostumbrados, usando el gesto fácil de la demagogia, y lo ponían en los aprietos de traicionar sus convicciones. No se diga de la gente que piensa que la música debe sonar todo el tiempo y no se les ocurre que es un premio al buen hacer del torero. Ni mencionar la concesión de las orejas. Se ha conseguido mucho; pero hay mucho por hacer. No se premiaron faenas bellas y profundas, como la del matador Joaquín Galdós, y sí otras en las que el toro nunca se lo puso en muleta por presión del público. Aún más, el quinto de la segunda tarde fue un desperdicio, mal ejecutada la suerte suprema… y orejas. Lo peor aún estaba por venir: el otorgamiento de premios. A quienes han estado en el jurado de trofeos –mal llamada comisión de escapulario ya que se entregan varios más premios que el escapulario– se los ha tratado de una manera indigna. Lo cierto es que el público daba por ganador a un diestro distinto del de la preferencia del jurado. Este último ha seguido los cánones normales de la tauromaquia y no ha coincidido con el público. Quizá lo mejor habría sido declarar desierto el premio al triunfador; pero sí hubo una faena que acabó con una estocada más que aceptable, aunque no espectacular…y por ella se la otorgaron al matador Andrés Roca Rey. Esto provocó la ira contenida y gestada en los días feriales. Han pasado ya unas semanas y el sinsabor aún perdura.
Pero hay un elemento más que no es taurino, razón por la cual no lo enumeraba antes, pero que cierne su presencia en las ediciones de las ferias de las últimas décadas. La feria taurina se ha convertido en un evento político. Algunos insisten en negarlo, pero las evidencias son apabullantes. La feria es honor a San Juan Bautista; pero en la plaza “El Vizcaíno” la imagen que presidía el panorama era una foto del alcalde. Era su feria. Ya no es la de un ícono religioso que hace posible, y aún reclama el sacrificio de un animal bravo; la feria es la de una estratégica política que me parece, por cierto, muy desacertada. Otra prueba es la de la celebración con un acto solemne en la misma plaza de toros la noche del 24 de junio. Hubo un repaso histórico, literariamente muy bien estructurado, con el inevitable condicionamiento subjetivo. Hubiera sido un acto académico de mucha categoría si se hubiese evitado el vergonzante colofón de premiar a “los aficionados” aún en vida. ¿Es la municipalidad el organismo acreditado para calificar quien es buen, notable, o distinguido aficionado? Resultó una combinación de adulación y jactancia. Me pregunto si buscar medallas antes de un mérito incuestionable puede satisfacer a alguien.
La política y la afición a los toros en estos tiempos son una combinación destructiva. Muchos antagonistas políticos no desean que la feria resulte exitosa. El ambiente de la plaza se ha enrarecido. Es un ambiente pesado. No se va a disfrutar, no hay lugar para una sosegada experiencia estética… Se ha transformado en el lugar del ataque, de la denostación y de la mala voluntad. ¿Se puede esperar algo mejor de esta combinación letal: política y toros? Lo peor es que les decimos a los políticos que no se inmiscuyan en nuestros asuntos personales, como en prohibir la tauromaquia pero, por otro lado, les pedimos que nos organicen nuestras ferias taurinas. ¿No es esto un bumerang?
Sí, nuestro cincuentenario tuvo muchos motivos para celebrar; algunos que lamentar; algunos aspectos que corregir y nos deja mucho por trabajar.