A propósito de la feria taurina “San Juan Bautista 2018” de Chota.
(Por: Moms. Ricardo Coronado Arrascue)
Han pasado casi dos meses desde que concluyó nuestra feria de “San Juan Bautista 2018” y debe hacerse una reflexión detenida sobre la misma para mejorar aciertos y corregir errores. La estupefacción en que la afición quedó el último día de la feria me obliga a escribir estas líneas. Creo que es muy importante analizar lo ocurrido, descubramos sus causas y propongamos soluciones eficaces y duraderas...
Uno de los aciertos que deben enfatizarse es la protesta de la afición en el último día de la feria. Esta tuvo dos motivos, a saber: la sustitución sorpresiva del matador Sebastián Castella y la organización de la feria en general. Se han dado varias explicaciones parciales e insuficientes de la sustitución del matador Castella. Esto hace muy difícil llegar a la verdad y aumenta la confusión en la ya desconcertada afición. En todo caso, esperemos que ese embarazoso episodio se resuelva de modo justo en las instancias pertinentes. Pero, en honor a la congruencia taurina, esta sustitución debió ser anunciada antes de la corrida; no hacerlo es una falta de honestidad muy grave y de eso nadie ha respondido aún. Respecto a la protesta contra la organización de la feria, no seré quien quite hierro al desenlace de un fracaso anunciado. Al final de la feria el público estaba con los ánimos caldeados y los organizadores de la feria ausentes. Me alegro que este servidor fuese quien diera la cara a la indignación del público y fuese el catalizador de la protesta. Una afición que no se indigna es que ha perdido la dignidad. Este no es el caso de la afición de Chota. Sé que podría haberse tomado esto de modo personal; pero no. No puede ser así puesto que nuestra participación no tiene que ver con la organización, contrato de diestros, o reseña de ganado. La tarea de la mal llamada comisión de escapulario, la cual debería llamarse con más propiedad jurado de trofeos, es simplemente otorgarlos a quienes resulten con mayores méritos. Lógicamente los veredictos de este jurado son debatibles y seguramente imperfectos. Esto ocurre en muchos certámenes. Pero el jurado no tiene participación alguna en la organización en la que se gesta la feria, ni responsabilidad en su desenlace. Sin embargo, la protesta refleja otro dato importante: la afición padece una grave confusión. Es una confusión que se ha acumulado por muchos años; y lo que es más serio es que no se vislumbra el esclarecimiento. Se percibe, por el contrario, la acción de fuerzas que desean hacer -convenientemente- la confusión más aguda. Una afición confundida sólo queda con la amargura de la frustración y sin saber cómo ni a quién dirigir una protesta efectiva y con consecuencias prácticas. Las posturas desabrochadas, gesticulantes y procaces se diluyen con la caída de la noche y en breve se apagan anodinas.
Pero ¿a qué se debe este fracaso cuyos preludios se presagiaban meses antes, quizá hace años? Se debe a que la fiesta taurina es monopolizada y sometida a la política partidaria y acaba siendo instrumento de conveniencias, enfrentamientos, rivalidades y ambiciones personales de poder. Este despropósito se ve reflejado incluso en las campañas electorales. Los candidatos de todos los colores suelen instrumentalizar la tauromaquia incluyéndola entre sus promesas de campaña. A simple vista esto podría parecer un apoyo para la continuidad de la fiesta; pero en realidad no es así. Quienes organizan la feria bajo una gestión se convierten en los más ácidos detractores contra los que lo hacen en la siguiente administración municipal. Resultado: división y complot para que la feria fracase en manos de la facción antagónica. Por otro lado, la autoridad en ejercicio, sea conocedor o no, impone autoritariamente a su improvisado saber y entender sus determinaciones -cuando no caprichos- a la afición inconsulta. A esto se añade la ilegalidad del hecho que el municipio se haya constituido en gestor monolítico y monopólico de esta actividad. Otro aspecto evidente es la opacidad pertinaz de la gestión financiera. Son desconocidos el origen de los fondos para su financiamiento, la forma de su gestión y también su balance. Lo único que sabe la afición es lo que debe pagar para acceder a la plaza. Otro aspecto negativo es que la autoridad municipal busca a toda costa el “éxito de la fiesta” exigiendo premios a mansalva, controlando a las bandas, ordenando corridas parchadas, etc. En una palabra: es la distorsión de la tauromaquia al servicio del personalismo político en sus peores versiones.
¿Cómo responder proactiva y constructivamente a estos impases?
Hay respuestas para todos los gustos, algunos proponían ante el preludio oscuro que todos los aficionados nos negásemos a participar y que promoviéramos un clima de ausentismo de tal modo que se hiciera muy difícil o imposible la última feria. Esto parece una postura sectaria que continúa lo antes dicho. Otros proponían declarar desiertos todos los premios. ¿Pero negar que hubo destacadas actuaciones de picadores, y banderilleros es veraz? Que hubo tres toros que sirvieron, aunque ninguno para vuelta al ruedo, no se puede ocultar. Que hubo un torero al que el público lo aclamó más que a otros y que hubo una gran faena, aunque eclipsada por la suerte final, es innegable. ¿Declarar todo desierto es hacer una tauromaquia de verdad y con verdad? Obviamente, estas opciones no son constructivas.
Pero en realidad ¿qué subyace en toda esta confusión? Si hay confusión es que algo fundamental no está claro y afecta nuestra concepción de nuestro ser y devenir social. Por alguna malaventura hay una convicción popular según la cual los poderes públicos son responsables de muchos aspectos de la vida personal de los ciudadanos. Incluso hay quien atribuye sus frustraciones y falta de felicidad personal a los gobiernos. Esto es atribuir demasiado y despersonalizarse en extremo. No es responsable hipotecar el devenir personal a algo tan externo como el gobierno local, regional o nacional.
La autoridad pública, gracias a Dios, no puede intervenir en las determinaciones más importantes que configuran nuestra vida: no puede señalar a quien amar, ni a quien adorar, ni qué estado civil adoptar, ni qué carrera seguir, etc. Sí nos debe exigir que colaboremos al bien común, que observemos las leyes, y que cumplamos con nuestras obligaciones cívicas. En contraste, es deber de la autoridad pública administrar justicia, ofrecer su arbitraje en las disputas de los individuos, promover con el uso de los impuestos la infraestructura y los servicios públicos, etc. Pero indicarnos u obligarnos a los ciudadanos a elegir o no una afición; peor aún secuestrarla y hacer negocio monopólico con ella, es un atropello. Un ejemplo de eso fue el comunicado producido en Chota meses antes de la feria, de que “no aprobaban la novillada preferial”. Si de verdad se trató esto en una sesión de concejo, tenemos un ejemplo de una distorsión profunda del ejercicio de la autoridad. Padeceríamos un totalitarismo de una estofa paupérrima. Su ejercicio en lugar de promover la cultura propia, la ha banalizado en aras de un personalismo político abstruso. Mejor, aunque fueran ciertas, no creer en otras motivaciones e historias sórdidas del runrún callejero: como de negociados ocultos e intereses de quienes usan la feria como botín electoral. Muchos son de la opinión que esto no debe seguir así.
Ante estos hechos me atrevo a proponer lo siguiente:
1. Que se forme un patronato de la plaza El Vizcaíno. Éste debe estar conformado por personas que quieran contribuir ad honorem.
2. Debe haber un gestor bajo la autoridad del patronato que no tenga relación alguna con Chota para garantizar su independencia y profesionalidad.
3. Quienes tengan interés económico deberán ofrecer sus productos o servicios al gestor.
4. Que los candidatos a la alcaldía no usen la tauromaquia como instrumento electoral y devuelvan la fiesta de su secuestro a la afición.
5. Que los fondos recaudados de la feria y de otros festejos taurinos sirvan para fines de interés social en Chota.
6. Uno de esos fines debe ser la culminación de la misma Plaza de Toros el Vizcaíno, cuya fachada, enfermería y capilla exigen mayor calidad.
7. Otro aspecto importante es promover un servicio de hostelería de calidad y de alcance a todo público.
8. En ninguna de las actividades conexas debe tener su monopolio la municipalidad y las autoridades ganadoras de las elecciones. Esto sólo sirve para pagar favores políticos.
¿Qué ocurriría, como ya ha ocurrido si quien detenta la autoridad no es aficionado? o peor ¿si es opuesto a la fiesta? Es muy probable que estas propuestas hallen resistencia en quienes hasta ahora se han habituado a este modo de operar; pero los aficionados tenemos el derecho de expresar nuestra propuesta bien como consecuencia de los resultados antes señalados o bien porque deseamos impulsar ediciones de la feria y de otros eventos taurinos sin que signifique un enriquecimiento personal. La plaza el Vizcaíno podría colocarse como una plaza muy significativa en Sudamérica. No se ha logrado esto debido a rivalidades que estamos obligados a superar en favor de un interés más noble y general.