En este pueblo de la provincia limeña de Canta, nació Rosa de Oliva –Santa Rosa de Lima-. Su casa y ermita son un santuario visitado por miles de peregrinos durante todo el año. Pero un par de leguas abajo, en el floreciente valle, pastan las reses bravas de un joven aficionado…
(Juan Medrano Chavarría)
Santa Rosa de Quives es el nombre exacto de este modesto caserío de tierra caliente que dista unos cuarenta minutos de viaje desde el kilómetro veintidós de la carretera Túpac Amaru, en Lima Perú. Gran parte de la pequeña urbe está dominada por macizas construcciones religiosas finamente talladas en piedra; parroquia, templo y la casa y ermita de Santa Rosa de Lima, flanqueados por frondosos ceibos y molles cuyas copas se elevan al cielo.
El 30 de agosto, día de la santa, este colorido paraje es visitado por casi 50,000 personas en apenas un par de días. Entonces el caserío se transforma en una gran feria de la fe. La gente amanece orando y echando cartas al pozo de los deseos, que está al lado de la ermita.
Dicen que antaño hasta se daban festejos taurinos, como en los vecinos pueblos de Yaso y Yangas. Lo cierto es que abajo el valle, entre los humedales y parvas de pastos que crecen libres al viento, pastan poco más de una veintena de hembras de pelo predominantemente colorado y alguna que otra ensabanada con sus rastras. Y Hierberito, semental que retoza entre la manada muy orgulloso de su estirpe.
Este pequeño hato es el sueño del joven novillero Guillermo del Águila, que aspira con el tiempo reverdecer la afición y los espectáculos taurinos en Santa Rosa de Quives, y en este gran circuito de pueblos otrora taurinos, cuyos mejores referentes hoy son la celebérrima Canta y sus distritos y caseríos de las alturas.
La casa donde nació y vivió Santa Rosa de Lima.
Y la celda de sus penitencias.
Abajo, en el valle reverdecido por el río, pasta esta punta de vacas bravas...
Que cría con mucha afición el joven novillero Guillermo del Águila.