Aquellos naturales al sexto de la tarde remecieron los viejos machones de la plaza. Andrés regaló dos faenas magistrales irrefrendadas con la espada, en tanto el maestro Ponce marchó de luto, como el traje que vistió. La corrida de Daniel Ruiz supo a muy poquito por su falta de clase y raza, pero se movió y el resto lo pusieron los toreros…
(Juan Medrano Chavarría)
Como cada temporada, Lima esperaba al maestro Ponce para sentir el embeleso de aquella extraña pero personalísima forma de hacer el toreo. Y su portentosa personalidad, su peculiar manera de ejecutar el rito, impregnando el albero con la sutileza y la categoría del mejor intérprete de un espectáculo que se resiste a morir en el tiempo.