Aquellos naturales al sexto de la tarde remecieron los viejos machones de la plaza. Andrés regaló dos faenas magistrales irrefrendadas con la espada, en tanto el maestro Ponce marchó de luto, como el traje que vistió. La corrida de Daniel Ruiz supo a muy poquito por su falta de clase y raza, pero se movió y el resto lo pusieron los toreros…
(Juan Medrano Chavarría)
Como cada temporada, Lima esperaba al maestro Ponce para sentir el embeleso de aquella extraña pero personalísima forma de hacer el toreo. Y su portentosa personalidad, su peculiar manera de ejecutar el rito, impregnando el albero con la sutileza y la categoría del mejor intérprete de un espectáculo que se resiste a morir en el tiempo.
Esta vez, Lima sólo admiró el saber estar del valenciano. Su lote, cicatero por cierto, le negó el baño de gloria al que la afición limeña estaba acostumbrada en las últimas temporadas. Desclasado el 1°, venciéndose para los adentros en el capote, insinuándose por el pitón derecho en la muleta pero sin entregarse jamás; tomando dos muletazos y protestando cuatro, cantó su mala condición en el último tramo de la faena, cuando se avizoraba algún final feliz para el torero de Chivas. Y el 4°, renuente y apocado de fuerzas, abroncadísimo por el público; pues ninguno le permitió al artista componer faenas de emoción, aunque el que abrió la corrida a momentos parecía tener compostura pero finalmente se derrumbó ante la desazón del maestro, que primero saludó una ovación y silenciado tras oír un recado en el de la despedida.
Protestadísimo el primero de Andrés por su escaso trapío, pero tras emplearse con el percal la plaza estalló en emoción. Verónicas que adosa con chicuelinas antes del piropo del piquero; y cuando vuelve a los quites abrocha con una cordobina y media verónica que arrancan atronadora ovación. Va a los medios e inicia impertérrito cambiándose por detrás al bicho en tres ocasiones. Remata con el de pecho pero como el animal tiene fuelle, se adorna con una arrucina que es la locura del público. El toro tiene mucho fondo pero mira las tablas y tira hacia allá. El torero lo encela y centrándose con él, receta muletazos sobre ambas manos, veinte o más, con la mano muy baja, barriendo la arena y el toro completamente sometido al movimiento del engaño. El animal va a más porque solo ve el trapo. Andrés echa la muleta por detrás y lo cose en redondo forzando el de pecho que llega templadísimo. Repite la serie porque arriba es pandemonio, rematando con bernardinas frente a sol y sombra, antes de matar con verdad y cobrar una oreja con fortísima petición del segundo trofeo.
La estructura de la faena de Roca Rey al quinto de la tarde es de idéntica tesitura. Quites y una saltillera que resulta muy vistosa por el gran vuelo de su capote, antes de ser achuchado Dennis Castillo al intentar interpretar con pureza la suerte de banderillas. Inicia con pases por alto en los tendidos de sombra, hierático y con el mentón hundido en el pecho, sin enmendar y rematando por abajo, simulando pases del desdén. Y como decíamos de la estructura, llega el toreo fundamental. El toro vislumbra fondo por el pitón derecho y Andrés le echa la muleta trayéndolo toreadísimo desde el principio hasta detrás de la cadera, intercalando con molinetes y pases de las flores. Se ve relajado al torero, despatarrado y entregando el pecho; hay un derechazo sensacional, entregadísimo, en redondo y con la mano bajísima; mas, en todos los muletazos somete y fuerza en círculo el trazo hasta el final del muletazo. He aquí la única y absoluta verdad del toreo.
La voluntad del toro se fue apagando y expone los muslos en torerísimos desplantes antes de encelar nuevamente preparando la suerte suprema, con alguna luquesina y un forzado de pecho. Esta vez no llega a coronar con la espada y el joven maestro tiene que marchar con la grande admiración de un público entendido que valora en su exacta dimensión la grandeza de su toreo.
Pero la sensación -o dicho de mejor manera-, la sorpresa de la tarde fue Joaquín Galdós, con su toreo agitanado, descarnado, de pausa y sentimiento; argumentos con los que conquistó Acho, fundiéndose con sus tradiciones, su abolengo y aquel glorioso pasado que antaño le dieron toreros de gran perfume como Antoñete, Manzanares, Camino, Viti y demás.
Galdós tenía una deuda con Lima y el domingo la saldó, y con creces. Su lote no fue bueno pero el torero lo entendió y lo descubrió. A primeras careció de clase en la embestida, ni humilló, pero con la gran virtud de ir para adelante y repetir; más el 6°, basto y sin hechuras propias para el toreo bueno, pero que rompió a más sacando esa raza muy propia de la sangre española.
Su primero observa mala condición en el capote y tiende a recostarse por el lado derecho. Va descompuesto y apenas se emplea en su efímero encuentro con el montado. Hay quites que se deslucen por la desidia del animal, pero el remate –con el capote enroscadísimo a la cadera-tiene sabor a Belmonte y el buen aficionado se lo agradece. Tantea en el tercio pero el toro se agarra al suelo y arrolla. El torero lo aguanta y entiende que la cosa es en largo. Y llega la verdad. Primero el cite de frente, muleta planchada y por delante, aguantando la mecha caliente que trae el de Daniel Ruiz. Tres muletazos, el bicho se descompone y a rematar…
Allá arriba la cosa está que arde. Suena la música y Joaquín se deja ver con la mano izquierda. Va de frente, muy cruzado, pero antes de echársela se perfila dándole todas las ventajas al animal. Improvisa un molinete de rodillas y dibuja siete muletazos sin solución de continuidad que remata con una inverosímil trincherilla. La serie que sigue es más sentida y profunda, ligeramente imperfecta por la reticencia del animal, pero el sexto muletazo sí que tiene desmayo, así como los majestuosos doblones y el trincherazo que son el preludio de la suerte suprema, con la plaza virtualmente a revientacalderas. El volapiés no es de buena ejecución pero sí suficiente para herir de muerte al colaborador, que dobla sin más paseando el torero su primer trofeo entre la cerrada ovación de la gente.
El sexto es un castaño requemao al que espera a porta gaiola. Va trotón y por sus formas desproporcionadas y asimétricas no predice nada bueno. Se frena y echa la cara arriba en el capote. Espera en banderillas y casi se come al Pelusa, que salva milagrosamente de la cornada por el preciso quite que le hace El Manco en la valla del tendido nueve. Brinda al público de Lima que lo arropa en atronadora ovación. Tal parece es el nuevo engreído y Joaquín se lo agradece con cuatro estupendos doblones arrematados con el de pecho. Ensaya con la derecha y el animal va entrando en caliente. En la segunda serie de cuatro muletazos va más humillado y encelado; por eso en la tanda que sigue el torero mete los riñones, se gusta y se mece acompañando con la cintura, en tanto la embestida del toro va tomando ritmo y cadencia.
Tantea con la mano de la verdad y tras un pase amanzanarao que arranca suspiros e invoca recuerdos, el torero vislumbra la bondad del pitón izquierdo. De allí siguieron catorce muletazos de increíble intensidad y profundidad, más una trincherilla y dos luquesinas lentas y eternas como aquellos suspiros que salen de lo profundo del alma. La ejecución tampoco es perfecta como en el primer toro, pero hay contundencia y la plaza brama por los dos trofeos que caen inexorablemente entre la algarabía general.
Ficha. Domingo día 5 de noviembre de2017. Primera corrida de toros de la feria del Señor de los Milagros. En tarde de sol intenso y la plaza rayando en lleno, se lidiaron ejemplares españoles de Daniel Ruiz, procedencia Jandilla, terciados y apocados de raza y fuerzas. Algunos, como el 2°, 3° y 5°, abroncados por el público por su escaso trapío. Enrique Ponce (Luto y Oro) Saludos y silencio tras un aviso. Andrés Roca Rey (Gris Plomo y Plata) Oreja y palmas. Joaquín Galdós (Tabaco y Oro) Oreja y dos orejas.
Incidencias. Dennis Castillo se desmonteró tras clavar un gran par de banderillas al corrido 5°. Destacó en la brega el banderillero limeño Victoriano Castillo, primero de la cuadrilla de Joaquín Galdós.
El maestro Ponce no tuvo una buena tarde...
Su lote apenas le embistió y vimos muy poco de su toreo de buena clase.
Andrés dio dos lecciones magistrales...
De toreo total, en la línea de las grandes figuras del toreo de todas las épocas.
Sentido...
Y de pellizco.
Pero la tarde fue de Galdós, que vino a Acho con el cuchillo entre los dientes...
Pegando el zambombazo con su toreo de finura...
Rozando la gloria al caer la tarde.