No en vano, Humberto Parra compartió sus estudios de Bellas Artes con su carrera de torero de clase en su Perú natal...
(Perú Toros / Texto original de Paco Aguado)
Es un torero que pinta. Por eso su obra no podía ser más que impresionista, como impresionista es la mirada del torero en la arena: mirada sabia, profunda que atisba y mezcla con rapidez en su retina el menor gesto o leve movimiento de un toro, peón de cuadrilla, el aire de un capotazo o la colocación de un picador. Y todo a borbotones, a golpes de color y de sombra, con el matiz tembloroso de la tensión de la lidia...
Esa tensión del torero también está en la mirada de Humberto Parra, un pintor que trabaja desde la arena, que ve al toro y al torero a ras de suelo. No es la suya una mirada de espectador más o menos iniciado. Es la de un torero que más que colocado a este lado del lienzo, contempla, por ejemplo la brava embestida del toro al caballo después de haberlo colocado con un recorte; o la del compañero que, también fuera del cuadro, mira la escena de un tercio de banderillas esperando con el capote a la salida de un par.
No en vano, Humberto Parra compartió sus estudios de Bellas Artes con su carrera de torero de clase en su Perú natal, y es que él torea cuando pinta, haciendo un guiño al profesional y al buen aficionado para que vean en sus cuadros no un frió y fijo momento escultórico sino una lidia total; para que se comprenda el momento, sí, pero también su antes y su después, sus porqués, en ese pintar sin pintar la arrancada lejana de un toro ya metido en el caballo, o el inmediato galope de ese burraco que adelanta el hocico ante la provocadora pisada del peón en el terreno oportuno.
De derecha, Emilio Fernández, Pepe Cruz, Humberto Parra, El Tiri y el Melli de Sanlúcar...
Humberto Parra.