El mexicano abrió la puerta grande de la bicentenaria junto a Talavante, en la corrida inaugural de la feria del Señor de los Milagros. Reticente, escasamente colaboradora y muy justita de raza y trapío la corrida de Zalduendo. Los toreros tiraron del coche y de Morante apenas el aroma de su toreo que Lima aún no ha paladeado.
(Textos y fotos de Juan Medrano Chavarría. Especial para Perú Toros y revista Fiesta Brava)
El calendario dio la vuelta en un abrir y cerrar de ojos; y octubre, todavía con las reminiscencias del incienso nazareno, nos trae de vuelta a los toros en aquel templo sagrado que es Acho; en tarde gris y opaca de brillo solar, como suelen ser las tardes limeñas de primavera.
Enorme expectativa por la vuelta de los toros españoles al albero rimense, con tres toreros de la misma casa y un hierro emblemático para ellos. De seguro la ganadería de las reses navarras fue condición para la venida del torero de la Puebla del Río, que como era lógico sorteó lo más cómodo; excepto por el juego, de resultas a contraestilo; entonces el torero tuvo que hacer el esfuerzo y Lima se lo agradeció.
El 1° salió muy suelto y cuando hubo que emplearse pegaba arreones en el capote, apretando para los adentros. Va en largo al caballo y sorprende al joven Yaco echándolo de la grupa. Toma un segundo puyazo y ya picado arrea pa’lante a su aire porque no tiene otra salida. Esta vez el torero da importancia a lo que tiene delante y los derechazos tienen sabor morantista pero no rompen porque al toro le falta lo suyo. Cuando se cambia de mano la muleta, el animal acorta su recorrido y apenas completa los viajes. El 4° tuvo similar torpeza de salida y sólo la media con que remata la abrupta serie de capotazos es de gran categoría. El toro no presagia bondad, tiene las fuerzas justas pero lo brinda y Acho se emociona. Se coge de la valla y torea con la mano derecha aprovechando la inercia del morlaco. Algún derechazo es sentido pero por ese lado el animal se torna brusco y descompuesto. Humilla más y va mejor por el otro pitón y es entonces que el torero logra embarcarlo logrando muletazos muy cercanos a los de aquellas bellas imágenes de sus tardes de gloria en ruedos ibéricos. La oreja es dadivosa y rosas y claveles caen generosas a sus pies en su triunfal periplo por los tendidos de Acho.
Talavante tuvo entre manos al toro más colaborador del encierro. Fue el 2°, igual de terciado que el lote de Morante, con sus cositas de manso de salida; sin transmisión pero noble, generoso, obediente y con buen recorrido sobretodo por el pitón izquierdo. Los capotazos a pies juntos son templadísimos y las gaoneras de enorme verticalidad, aunque en alguna el toro rebrinca los vuelos. Los naturales calan más porque fluyen lentísimos y armoniosos de las muñecas del torero de Badajoz, vistosamente adosados con pases de las flores y arrucinas que el público celebra. La estocada cae tendida y trasera pero el pedido es unánime y el usía generoso muestra los dos pañuelos. El 5° sí que traía guasa y lo hizo evidente desde el capote. A más de no querer, el animal quiere morder y llega a la muleta caliente y midiendo mucho los pasos del torero. Talavante se sale de sus formas y echa a tierra las rodillas y en el segundo envite, por cierto descolocado y muy expuesto, va por los aires y después le cuesta descararse. Lo intenta por naturales muy por fuera y aliviadísimos; el toro le quita la muleta y de su esquina le conminan a abreviar.
Otra memorable tarde nos regaló Joselito Adame, el mismo al que el año pasado los venales le robaron el escapulario de la feria que bien merecido se lo tenía. Mas, el torero no cree en fantasmas, duendes ni brujas, sólo en él mismo, en sus facultades y en el inmenso poder que tiene sobre los toros, que lo respetan y le franquean el terreno que pisa.
Con el lote menos guapo, o digámolos de cierto, el más feo, por hechuras y volumen, Adame hizo en sus dos toros el toreo de verdad, aquel del verdadero valor, auténtico, de dominio, sin poses ni afectaciones, de fondo más que de forma, cuajando dos actuaciones que si bien de diverso planteamiento, tuvieron el mismo concepto y la aceptación de un público cada vez más proclive a la banalidad.
La mansedumbre huidiza del 3° no lo amilanó y apenas lo tuvo en jurisdicción le echó con arte su capote, dibujando dos lances de bellísimos tonos con un remate sencillamente superior. Pica el maestro Caro y el bicho voltea en contrario. Las chicuelinas resumen gracilidad y luego prácticamente tira del toro que va arrollando con las manos por delante. Al sentirse sometido el animal se emplea y saca a relucir el buen fondo de su casta, arrea con nervio y transmisión y el mexicano corre la mano derecha en cuatro muletazos de mando y desmayo. El instinto gregario del burel percibe el castigo y la determinación de lo que tiene delante, renuncia a la pelea y se arropa en tablas. Hasta allí se traslada la dirimencia y el torero se muestra largamente superior a las condiciones del manso. Lo del 6° es otra historia, una gran historia...
Que empieza con un toro que no tenía apariencia de tal, va brusco, se frena y entra en contradicción con sus propias condiciones, nada halagüeñas por cierto, que el torero transmuta y convierte en esperanza, tras aquellos inolvidables ocho muletazos de rodillas con el pecho por delante, que pusieron boca abajo la plaza. Los tres derechazos que siguen son de mano muy baja y con una entrega casi absoluta, sin posturas ni retorcimientos. El público lo valora y estalla en emoción. Por el otro pitón lo piensa y tarda en embarcarse. Vuelve a derechas y el toro,- sin ser bravo, tiene una buena reserva, lo que en argot llaman fondo -, que el mexicano descubrió desde el inicio y allí la razón de su ímpetu avasallador.
Los derechazos del broche son embraguetados, largos e imposibles para el toro, que ha llegado hasta allí porque está, sin proponérselo, sólo por la voluntad del torero, que jamás resumió miedo. Al perfilarse percibe que tiene que hacerlo todo él; hace los tiempos echándose a matar con el animal que apenas se arranca. El estoque cae delanterillo pero es suficiente para el clamor; y los premios caen esta vez por la inercia de la verdad y lo enorme que ha estado el gran torero mexicano.
Ficha. Domingo día 1 de noviembre de 2015. Tarde nublada con tres cuartos de entrada. Reses de Zalduendo, procedencia Jandilla, terciadas, faltos de raza pero con un gran fondo. Morante de la Puebla (Verde hoja y Oro) Estocada caída y contraria, descabello, palmas. Estocada delantera y caída, oreja. Alejandro Talavante (Azul noche y Oro) Estocada tendida y traserilla, dos orejas. Estocada tendida, trasera y caída, palmas. Joselito Adame (Caña y Oro) Estocada trasera y desprendida, dos descabellos, palmas. Estocada delanterilla, dos orejas tras un aviso.
Morante de la Puebla sorteó un lote a contraestilo...
Pero algunos muletazos tuvieron el aroma de su peculiar toreo...
Y lo más relevante fue que esta vez le dio importancia a lo que tuvo delante.
Talavante hizo el toreo que gusta...
Con vistosas gaoneras al 2°...
Encajando naturales de gran estética...
Muy lentos algunos...
Saboreando el triunfo...
Que le fue esquivo con el 5°, que lo coge descolocado en este muletazo de rodillas...
Echándoselo a los lomos.
Adame escribió su propia historia...
Primero con este mansito con transmisión, al que sometió y toreó en tablas...
Con entrega y verdad absolutas...
Que patentó con el 6°, jugándose la vida sin cuento...
Y como una auténtica figura del toreo...
Paseando dos orejas de ley en Acho.