Inmenso por su valor, inmenso por su entrega e inmenso por su inclaudicable voluntad, el torero de Jerez emocionó a la afición de Lima que lo aplaudió de pie hasta trasponer el umbral de los arcos andaluces de la bicentenaria. La corrida de San Esteban de Ovejas saltó descastada; sólo un par de toros embistieron con claridad en la muleta.
(Textos y fotos: Juan Medrano Ch.)
Tras el fatal percance en España donde casi pierde la vida quedando mermado de sus facultades físicas, Juan José Padilla volvió a presentarse en Lima, desató la euforia en los tres tercios y tras emotiva faena al 4°, salió por la puerta grande de Acho.
El jerezano compuso una tarde condenada al ostracismo por el escaso juego de la corrida colombiana, cuyos ejemplares rehuyeron los capotes, se escupieron de varas y a duras penas se emplearon en el último tercio. El torero arreó a su lote en todos los terrenos, clavó un extraordinario par de banderillas de dentro hacia afuera y con el destartalado 4°, de feas hechuras y por quien nadie apostaba, estructuró una faena derechista que tuvo cotas elevadas por el temple y buen gusto que imprimió a su quehacer. Sus naturales limitaciones le privan de la plasticidad excelsa; el apunte es nimio comparado con la grandeza de su espíritu, que lo llena todo, a oleadas, en el fragor del desigual enfrentamiento con la fiera. Tras pinchar en lo alto, Padilla coronó su labor con una estocada donde empeñó la vida para lograr el triunfo.