Dicen los sabios del toreo de todos los tiempos que torear despacio es lo más difícil; por eso tiene mucho mérito. En Ticapampa hubo de eso y mucho más cuando Cubas cogió la muleta y volvió a poner de acuerdo a todos. Antes, había parado el tiempo a la verónica. Torres Jerez lo secundó y dejó sentado su poderío. Ambos salieron por la puerta grande en una de esas tardes para el recuerdo.
(Desde Ticapampa, Ancash, textos y fotos de Juan Medrano Ch. Especial para Perú Toros)
La lluvia persistente había enlodado el albero, que lucía grandes charcos en tanto los organizadores y toreros analizaban la posibilidad de suspender el festejo, con la gente en los tendidos aguardando y resistiendo el asedio del agua, hasta que apareció el pañuelo blanco y las cuadrillas se deslizaron a tientas por la arena convertida en barro.
Solo que esta vez la lluvia fue el preludio de una inolvidable tarde de toros, una tarde de esas en que los toreros hacen realidad sus sueños de almohada, con el toro soñado, el triunfo y la gloria aunque sea en una placita de pueblo, a cientos de kilómetros de los suyos.