Esta inocente frase la escuché una de estas pasadas tardes venteñas, no recuerdo cual, pero me resultó muy cercana y adecuada a lo que a veces me da por pensar entre toro y toro.
Aquella voz que salía de los terrenos del ocho o del nueve, según calculé su ubicación, tenía más razón que un santo. Son las nuevas formas, los nuevos criterios.
Y es que últimamente me encuentro un tanto desconcertado algunas tardes de Feria en Las Ventas.
También puede que no sea yo el único que tiene ese sentimiento.
El caso es que me da la impresión de que se aplauden cosas que, en mi opinión, no deberían ser siquiera tomadas en cuenta. Aunque también se protestan otras que no admitirían discusión.
Vamos a dejar aparte para otro día la obsesión con las dos rayas concéntricas dibujadas con cal en el ruedo. A las primeras de cambio, en cuanto el caballo posa una porción de su casco más allá del temido límite, surge el vocerío y las protestas.
¿Realmente sabemos el origen y significado de los anillos? ¿Por qué se abronca al piquero cuando traspasa la maldita frontera blanca después de un largo rato intentando que el burel se arranque? ¿No nos damos cuenta que cuanto más alejado del cobijo de las tablas, a contraquerencia, más riesgo por lo general asume el del castoreño…?
Vamos a dejar también por esta vez los aplausos, bieeeennes y olés a lances con el percal mal ejecutados, sin gracia y sin clase que tanto abundan.
Esas “chicuelinas” que de lo propio tienen sólo el nombre. ¿Han visto alguna vez una chicuelina ejecutada según mandan los cánones? Seguro que si. Yo al menos creo que si, y por eso creo que resulta fácil distinguirla de la burda imitación.
Estamos viendo algunos tercios de banderillas bien ejecutadas, asomándose al balcón, en la cara, y cuarteando como se debe, alguno hemos visto al sesgo, pero también pares ejecutados a toro pasado, muy pasado, y mal ejecutados, que se aplauden con entusiasmo incomprensible, al menos para quien esto escribe.
Tampoco me voy a extender en la ración de pases vulgares que nos tragamos cada tarde, con ventajas, despegados, con mala colocación, fuera de cacho, que son también aplaudidos y a veces coreados como si el mismísimo Antonio Bienvenida nos hubiera venido a ver.
El súmmum de lo desconcertante llega en el momento de la suerte suprema. Mala ejecución de la suerte, salirse de la suerte, estocadas caídas, traseras, tendidas, haciendo guardia, bajonazos y demás, son jaleadas cada tarde.
En este punto tengo que admitir que a veces yo también he caído en la trampa que nos tiende la distancia. Y es que a veces nos pilla tan lejos que nos dan gato por liebre y tragamos.
También estoy escuchando palmas al arrastre de toros mansos, pero no de los mansos que valen, no, de los que ni siquiera tienen esa pizca de casta que los hace llamarse bravos.
Y alguna que otra petición de trofeos delirante.
¿Está pasando algo que yo me he perdido? O ¿Será que me estoy volviendo raro, raro?
Fuente: Juselín/CárdenosYJaboneros