Todos los años, en noviembre, se dan cita, en los alrededores de Acho, los amantes de la tauromaquia y sus detractores. Pero para estos últimos no son suficientes las escenificaciones y vituperios, también buscan prohibir o mutilar esta manifestación cultural con iniciativas legales. Jaime de Rivero, abogado y periodista taurino, en su reciente obra Derecho y Cultura Taurina, les sale al frente con argumentos jurídicos y reclama para los amantes de la "fiesta brava" la protección constitucional del derecho humano a la cultura.
Correo: Un argumento central del movimiento antitaurino es que ninguna tradición, por arraigada que sea, debe estar por encima de la razón y la moral.
Jaime de Rivero: Las corridas de toros en el Perú son una verdadera fiesta nacional que late intensamente en provincias y comunidades. Por ello, quienes pretenden imponer su oposición a dicho espectáculo, caen en un totalitarismo o avasallamiento cultural. Consideran sus valores culturales privilegiados y superiores, lo que les daría una suerte de legitimidad para arrasar con otros valores culturales. Afortunadamente, como parte de la permanente evolución de la defensa de los derechos humanos, a partir de la segunda mitad del siglo XX comenzaron a desarrollarse los llamados derechos de tercera generación, que entre otros aspectos promueven la tolerancia respecto de la diversidad cultural como uno de los caminos para asegurar la paz. Si revisas la historia de la humanidad, detrás de cada guerra ha existido un intento de un grupo por imponer su particular cultura a los demás.
C: ¿No es la tauromaquia precisamente una expresión del avasallamiento cultural que trajo consigo la conquista española del Perú?
JdR: Es verdad que las culturas precolombinas fueron avasalladas durante la Colonia y casi se extinguieron. Pero también lo es, como sostenía el maestro José Antonio del Busto, que desde el nacimiento del primer mestizo, el Inca Garcilaso de la Vega, se dio inicio a un sincretismo cultural. La tauromaquia, como el idioma castellano y la religión católica, es un elemento permanente de ese sincretismo. Las corridas de toros son tan peruanas como el pisco, la música criolla, la marinera, el caballo de paso o las danzas de tijeras.
C: Pero en ninguna de ellas se produce el sacrificio de un animal.
JdR: Ese aspecto no enerva su condición de manifestación cultural, ni es causa para su prohibición. Lo que sucede es que la corrida de toros constituye un desafío para la cultura occidental dominante. Tanto o más que el sacrificio del toro, a sus detractores les molesta el rito, que un grupo de personas se reúna para "admirar la muerte". Pero esto no hace sino poner de relieve la dualidad ética de la cultura dominante, que para cubrir sus necesidades alimenticias, así como sus placeres gastronómicos, recreativos o suntuarios, sacrifica a miles de millones de animales de manera permanente. Esta verdad, que se esconde en establos y mataderos, es la que la tauromaquia de alguna manera saca a la luz al mostrar con autenticidad la muerte del toro bravo.
C: ¿De qué manera la tauromaquia se encuentra protegida por la Constitución y los tratados internacionales de derechos humanos?
JdR: El derecho a la cultura es inherente a la dignidad de todo ser humano y está reconocido en multitud de instrumentos internacionales, como la Declaración Universal de los Derechos Humanos o la Convención Americana de Derechos Humanos. En todos estos tratados, de los que el Perú es parte, se reconoce que los individuos tienen el derecho de participar en la vida cultural de su comunidad, como espectador, intérprete u organizador. Además, esos tratados impiden al Estado Peruano adoptar medidas o políticas públicas que atenten contra la conservación, desarrollo y difusión de las distintas manifestaciones culturales.
C: Pero en el Perú el Tribunal Constitucional (TC) declaró que no existe ningún argumento racional que justifique que el ser humano someta a torturas y dé muerte a los animales; más aún en espectáculos públicos.
JdR: Afortunadamente, el propio TC, en sentencias posteriores, ha sepultado ese argumento inverosímil. Primero, en la sentencia sobre la hoja de coca declaró que el Estado está obligado a respetar, reafirmar y promover todas las costumbres y manifestaciones culturales que forman parte de una sociedad pluricultural como la peruana, siempre que tales prácticas respeten los derechos fundamentales de las personas. Luego, en el 2011, reconoció expresamente el carácter de manifestación cultural de la tauromaquia y que por tanto las corridas de toros no pueden afectar la dignidad ni los derechos de quienes reprueben dicha práctica, en la medida que no sean obligados a presenciarlas.
C: ¿Qué pasaría en caso de prosperar un eventual referéndum respecto de una iniciativa legislativa para prohibir las corridas de toros?
JdR: El propio artículo 32° de la Constitución reconoce que no puede someterse a referéndum la supresión o disminución de derechos fundamentales. Los derechos culturales existen para proteger a las culturas minoritarias de las dominantes. Precisamente por ello su supervivencia no puede quedar sometida a una votación o referéndum que pretendería legitimar el abuso de una mayoría sobre una minoría.
C: Algunas personas proponen que se mantengan las corridas, pero eliminando las suertes que causan sufrimiento al animal, como las picas, las banderillas o la muerte del animal.
JdR: Esa propuesta no pretende salvar la vida del toro, solo impedir que los espectadores presencien su muerte. El verdadero propósito es destruir el espectáculo. El rito taurino posee una estructura ordenada, no por azar o crueldad, sino para la consecución de un fin. Como dice el maestro De Cossío, en la lidia se busca domeñar al toro. La disminución progresiva de sus facultades, por la pérdida de sangre, debe ser suficiente, pero no excesiva, para templar el espíritu de la fiera antes del lance definitivo. Sería tan absurdo como eliminar los arcos en una cancha de fútbol. Sin goles no hay espectáculo y la afición acabaría.
C: Finalmente, ¿qué opina del proyecto para prohibir el ingreso de menores a las corridas?
JdR: Es otra manera en que los antitaurinos pretenden someter a agonía esta manifestación cultural, impidiendo de paso la formación y desarrollo de nuevos toreros. Es un artificio sensacionalista y melodramático que busca cautivar a la población apelando deslealmente al interés más noble, como lo es la niñez.